ROMPE EL CICLO
Estaba clarísimo cómo sería su educación. Su pequeño se convertiría en un pilar productivo y admirable de la sociedad al igual que él mismo, como médico o, a las malas, abogado. Únicamente el éxito y el respeto marcarían una monótona seguridad que le permitiría mantener el estatus de su apellido.
Seguiría la tradición familiar, y también llamaría Juan a su primogénito. Obviamente, iba a ser un padre perfecto. Por supuesto que le iba a querer muchísimo, por eso haría incontables horas extra en la oficina para ofrecerle únicamente lo mejor de lo mejor.
Aun así, en esos días agotadores que dejan a uno con la guardia baja, una figurativa mota de polvo se hacía notar bajo sus párpados provocando que viese todo menos nítido. Era un recuerdo que, por mucho que cubriese de tierra y olvido y furia, volvía desafiante a la superficie.
Por aquel entonces Juan senior era Juan junior, y (rememora ahora con vergüenza) había descubierto un año antes, garabateando inconscientemente, que tenía una facilidad pasmosa para plasmar la realidad con poco más que un lápiz y el margen de su cuaderno de matemáticas. Cuando su compañera de pupitre descubrió que era el perfil de sus rizos lo que decoraba cada problema de fracciones le pidió, carmesí como un pétalo, que le hiciese uno más en serio para ella. Animado por su reacción, no tardó en reflejar ideas y sentimientos con apenas unos trazos y asombrarla cada día se convirtió en su inconfesable placer.
Ilusionado como nunca, se armó de valentía y se lanzó sin paracaídas: rogó desesperado a sus padres que le fuese permitido perseguir su sueño de lienzo y carboncillo. El bofetón que recibió sin mediar palabra le dejó el oído pitando, la mirada vacía y el alma seca. Cuando recuperó la compostura, el mensaje de su padre fue incontestable: Estaba clarísimo cómo sería su educación. Su pequeño se convertiría en un pilar productivo y admirable de la sociedad al igual que él mismo, como médico o, a las malas, abogado. Únicamente el éxito y el respeto marcarían una monótona seguridad que le permitiría mantener el estatus de su apellido.
Por Carlos A. Bustos