OLD SCHOOL
Es inevitable, me voy haciendo viejo. He cumplido años recientemente, pero ha resultado ser un intercambio en principio inocuo durante una clase el que me ha dado una bofetada de realidad. Con la palma bien abierta. Una de mis estudiantes no tuvo pudor alguno en admitir que el nombre de Brad Pitt le era desconocido. Superado mi pasmo, hice repaso: a otra los Beatles, John Lennon y Paul McCartney le eran completamente ajenos. A otra hora, un estudiante, supuestamente gamer, se quedó anonadado al descubrir que los primeros videojuegos no tenían función de guardado. Al parecer, el walkman, el discman, y las cintas de cassette son artefactos arcanos de un pasado remoto cuyo ignoto propósito desconcierta y resbala, a partes iguales, a las generaciones digitales.
Yo, como buen nativo analógico, he culpado de primeras y por reflejo a lo de siempre, que viene siendo internet y las redes sociales. Qué fácil es demonizarlas, ¿verdad? Entonces he hecho memoria y he caído en la cuenta de que, en realidad, mi generación podía tirarse horas ensimismada y con el cerebro en standby delante del televisor, que no es tan distinto de enlazar video tras video de Youtube o Twitch. Como en este caso encontrar soluciones resulta bastante complejo y ya hemos establecido que me voy haciendo mayor, me he conformado con buscar más culpables (aunque no sea algo muy de Disciplina Positiva).
Se han presentado rápido, ya que formo parte del colectivo: ¡Madres y padres! Diréis: pobrecitos, que ya tienen bastante. Bueno, la crianza es lo que tiene, que te la venden muy bien y no se admiten reclamaciones. Recuerdo,cuando era canijillo, que mis padres compartían conmigo (quisiera o no) visitas a museos, sus discos preferidos, películas de tiempos pretéritos y batallitas de cuando las calles de Madrid tenían más lodo que asfalto. En definitiva, había cierto ánimo comunicativo paterno-filial gracias al cual el retoño disfrutaba de una ventana abierta al pasado.
Ahora… no tanto. Tenemos demasiada prisa, y no para nuestros peques (quizá por ellos sí, pero no para ellos). Estamos dispuestos a dejarlos horas y horas en una academia, en terapia o en el campo para que le aguante el entrenador; y cuando al fin tenemos la ocasión de disfrutar y compartir un momento con ellos de repente tenemos que ponernos al día con el Insta (¡ahí está otra vez!), mandar siete mails y ponernos con el programa PADRE (irónico, ¿no?) para Hacienda. Pretendemos que nos cuenten qué hacen cuando no les vemos y que compartan sus preocupaciones mientras no les damos ni ejemplo ni tiempo. ¡Suéltales el rollo de tu vida! Pondrán cara de aburrimiento, y te lo agradecerán.
Por Carlos A. Bustos