EN CLASE, CON CLASE
Hay muchas razones para acabar de profesor: porque no encuentras algo de lo tuyo, porque la nota para acceder a la universidad no te daba para más, porque tienes alma de dictador pero te faltan contactos… En España, por el sueldo y el reconocimiento no va a ser, eso seguro. De todos los educadores que debían ayudarte y guiarte durante tu aventura académica, ¿cuántos te dieron la impresión de estar ahí por vocación? ¿Cuántos fueron realmente una ayuda o una inspiración?
Desde mi curiosa perspectiva dando clases de apoyo escolar tengo acceso a comentarios de estudiantes que no siempre llegan a casa o a los tutores, como debería ser. Tras más de diez años de observar y escuchar pupilos de todas las edades, voy a compartir algunas ideas que considero esenciales; ya seáis padres eligiendo colegio o educadores comprometidos, os pueden servir. Lo hago, además, siendo consciente de que aún me queda tela por aprender y considerándome no un sustituto o mejora de otros docentes sino su complemento. Ahí van:
Es irrelevante que la lección dada sea magistral, con apuntes perfectos, plataforma online y ejercicios prácticos completos y abundantes; si los pobres que tenéis delante andan escasos de motivación o interés es como predicar en el desierto (y si das clase, esto lo has sentido alguna vez, seguro).
El compromiso y la dedicación deberían funcionar en ambas direcciones. Como el estudiante con su tema, igual de importante es que el maestro, que se supone que es un apoyo y una guía, se muestre atento con aquellos a su cargo. Un saludo por los pasillos, hacer preguntas de interés, algo de escucha activa… Cinco minutos de atención van a dar más fuerzas y sentido de pertenencia a cualquiera que ningún sermón o charla, por sensato que sea. Varios de los más pequeños que asisten conmigo admiten no preguntar jamás a algunos de sus “profesores”, ya que les responden con desdén, críticas o, directamente, insultos. La verdad, si vas a un aula a soltar tu rollo y largarte, cualquier video por internet probablemente lo va a hacer mejor, no va a humillar a “los valientes” delante de todos los demás y se puede poner en bucle. Una antigua alumna pasó de golpe de asistir a mis sesiones desinteresada, por obligación, a presentarse dispuesta y animada; consiguiendo un mayor rendimiento del apoyo escolar. Lo único que hice fue dedicarle un poco de tiempo y atención, leyendo un cuaderno lleno de composiciones líricas. Había de todo, desde versos sueltos y garabatos a poemas completos y para mí fue un placer. Simultáneamente, me dejó un tanto desolado y desconcertado cuando me confesó que en su entorno habían reaccionado con desinterés a algo tan creativo, distinto y en lo que claramente había puesto una parte de sí misma. Cuando, años más tarde, me fue enseñando obras que iba componiendo, pude comprobar cómo crecía y maduraba a través de cada estrofa y cada rima.
Si hay un elemento crítico en nuestro sistema de enseñanza son los exámenes. Están ahí, nos gusten o no, y no parece que vayan a irse. De primaria en adelante, o tienes pruebas semanalmente o te encuentras con un par de jornadas maratonianas con tres o cuatro tests cada mañana. No sé si hay una alternativa más beneficiosa para el aprendizaje y la evaluación, lo que sí he podido comprobar es lo nefastos que resultan los exámenes cuando no se implementan adecuadamente. Por un lado, si la nota de estas pruebas de verdad acaban siendo la parte más resaltada del curso, en vez del aprendizaje y crecimiento de los estudiantes, estamos ante un examinador y no un profesor o docente. Esto lleva a una competitividad mal entendida, desmotivación, conflictos en el aula y en casa y a la alienación del alumnado, que queda reducido a un numerito. Importante como es la nota, la atención debería ponerse en comprobar qué parte del contenido de la asignatura no es dominada aún por el examinado, para poder insistir en ello y completar su proceso de formación. Ahora que la moda en muchos centros es esconder el examen todo lo posible para evitar reclamaciones y ahorrar tiempo, cuesta ver la preocupación del examinador por su aula. Por otro lado, es descorazonador la cantidad de exámenes mal diseñados y corregidos con los que tienen que lidiar los jóvenes a diario. Uno pensaría que cualquier respuesta que sea válida para ese enunciado debería ser evaluada como correcta y, sin embargo, la cantidad de víctimas de preguntas vagas con una sola solución que debe ser extraída de la mente del corrector es terrible.
Mucho cuidado con los castigos, el orden y la disciplina. Si la prioridad no es su desarrollo, si no que estén calladitos sin molestar, la docencia no es tu sitio. Es cierto que hacer frente a un grupo tras otro de 30 vociferantes descontentos que están deseando que cometas un error para hacer sangre puede resultar abrumador; ¡es una profesión solo para valientes! Lo ideal sería poder consensuar soluciones con los miembros del grupo, ya sea en reuniones de aula o individualmente, según el caso. Esto requiere cierta formación, la colaboración del centro y algo de paciencia. ¡Buena suerte!
Por Carlos A. Bustos