EN TODA LA FRENTE
Si bien yo recelo de super mamás y papás que alardean de su paternidad perfecta con retoños infalibles donde todo son arco iris y alegrías (¡huye, esconden algo!), reconozco que cuando sostienes por primera vez a tu recién nacido es un momento realmente mágico, una vez superas el shock inicial. Es en ese instante crítico cuando el neonato, completamente ignorante a las consecuencias, lanza una patada al aire y provoca el inevitable exabrupto: ¡Ja! ¡Va a ser futbolista!
Entendedme, me gusta el fútbol, el tema aquí es la etiqueta. Una vez marcado, liberarse es realmente complejo. A efectos prácticos, al pobre interesado le tatuamos en toda la frente ese rasgo que nosotros, unilateralmente, hemos decidido que le define y, por ende, le limita.
Volviendo con nuestro “futbolista”, va a oírlo tantas veces mientras vaya creciendo que es probable que lo acabe dando por hecho. Puede que tenga éxito, puede que se caiga con todo el equipo; el problema está en que ni siquiera se planteará seriamente más opciones y la sensación de fracaso será abrumadora si no cumple esa “profecía” que le ha sido impuesta.
Asignamos algunas etiquetas sin darnos cuenta, en ocasiones como una broma. Con pensarlo un minuto veríamos lo obvio que es que no las querríamos para nosotros mismos.
Por desgracia, seguro que podéis recordar a ese que está acostumbrado a ser el tonto o el lento del grupo. Probablemente tenga tanto potencial como cualquiera y va a dejarlo en nada únicamente porque su entorno ya ha decido por él “que al pobrecito no le da”. Total, ¿para qué esforzarse si no voy a dar la talla? ¿Te suena? Quizá conozcáis al hermano feo, que podría rodar anuncios de bañadores si hubiese probado el gimnasio y ahora vive enclaustrado con la pantalla del ordenador como única fuente de luz porque tiene un complejo tan pesado que apenas le deja levantarse.
Si piensas: “¡Fácil! ¡Lo tengo! ¡Etiquetas maravillosas para todos!” tengo malas noticias; bienvenido a la crianza/educación, donde no valen los extremos. El listo, porque se lo han dicho, va a tirar de intelecto exclusivamente porque total, con lo bueno que soy, ¿para qué esforzarme si no me hace falta? Claro, hasta que se estampe de cara contra un reto que requiera un poquito de trabajo además de neuronas y conozca al señor fracaso, con quien no va a saber tratar porque eso era “para otros, no para mí”. El guapo (¡en casa me lo dicen todos los días!), cuando se encuentre el primer defectillo en su inspección rutinaria con el espejo, va a disfrutar de una crisis existencial tan poderosa que los cirujanos plásticos van a salivar desde la distancia. Por mencionar un par de epítetos clásicos.
Llamadme loco, pero si ya traemos todos una etiqueta que nos va como un guante, ¿por qué no usamos mejor esa? La mía es Carlos.
Por Carlos A. Bustos