QUÉ ME CUENTAS
Dicen por ahí que el placer de la lectura se está perdiendo. Yo hago mi parte por evitarlo, voy sumergido en la historia de turno hasta cuando paseo por la calle. Los libros son una parte esencial de mi autocuidado y procuro tener uno de repuesto para el momento agridulce de pasar la última hoja y despedirme de los personajes a los que he acompañado en su viaje del héroe.
Frente a la gratificación inmediata de una tablet o la desconexión descerebrada de la clásica televisión, en casa queremos que los peques hereden nuestra pasión por la palabra escrita.
La cuestión es, ¿cómo hacer que se enganchen?
Un detalle clave es el “cuándo”: cuanto antes mejor. Desde los 6 meses de tierna edad se puede empezar a compartir momentos mágicos en familia simplemente con un cuento de la edad adecuada y los encontraréis más que dispuestos.
Deberíamos dejar que primero descubran el amor a la lectura y exploren sus propios intereses; ya tendrán tiempo para enfrascarse en clásicos literarios de hace varios siglos. ¿Sabéis esa típica lectura obligatoria del colegio cuyo autor no ha escrito nada desde hace unos 300 años? No hay nada más efectivo que esto para convertir posibles lectores noveles en firmes detractores.
No hay que menospreciar el poder del “yo también quiero” de los más pequeños: basta que te vean leer para que les entre el gusanillo. Es una manera bien sencilla de ser un buen ejemplo.
Sí, vale; es más fácil plantarles una pantallita delante y disfrutar del silencio y la cuasi-seguridad de que no se van a mover. Siempre que no pienses en que están paralizados porque les estás cociendo el cerebro y que están desarrollando una adicción que les va a controlar de por vida, es la mar de práctico. Yo casi prefiero que usen la imaginación para irse de viaje con Michael Ende o Brandon Sanderson.
Por Carlos A. Bustos