DUDA
Iluminaba su clase. Su corazón abierto compartía con sus iguales y su mente dispuesta devolvía esperanza a su maestros. Parte de su edad sin haberse dejado la imaginación por el camino, creaba y crecía y alegraba, haciendo de su espacio un lugar un poco más bonito cada día. Con valiente talento y esfuerzo a prueba de obstáculos aprendía rumbo a un futuro que no debía darle miedo.
Hasta que le dio. Se encontró la semilla de una duda en el estuche. Era un diminuto “Y si…” que fue echando raíces en la tierra de la inseguridad adolescente. Cogió fuerza con el riego constante de expectativas ajenas “¿Y si no puedo?” Como toda mala hierba, se multiplicó alumbrado por los rayos de anteriores fracasos. “¿Y si no soy suficiente?” Terminó dando fruto amargo, la ansiedad.
Esta se nutrió de su luz, apagándola del todo mientras daba lugar a una desafortunada idea: Cuando lograse hacer algo extraordinario, llegase a la perfección, quedaría demostrada su valía. Se vistió con su nuevo traje de nervios y dejó de crear y crecer y alegrar y pasó a ver el mundo como algo que vencer. Hizo de su talento un arma terrible y atacó y conquistó y murió un poco cada día.
Cuando ya no le quedaba nada dentro que ofrecer ni fuera que domar, rogó con desespero al viento: “¿Qué más debo hacer? ¿Qué me falta?” La inesperada respuesta vino unánime de la multitud que había estado de duelo por su antiguo ser: “Nunca te faltó hacer nada especial para llegar a lo extraordinario, eres maravilla cuando eres TÚ”.
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Por Carlos A. Bustos